sábado, 6 de octubre de 2007

Pesadillas III (por Ludmila Saddo)

Tengo una sensación extraña. Supongo que está relacionado con lo que pasó el otro día en el departamento. Siempre digo que los mejores acontecimientos se dan de casualidad y sin planes previos que al final terminan siendo el motivo por el cual uno superpone expectativas que ellas mismas se encargan de frustrar la realidad.


Estaba con Shuno el martes a la noche, peleándonos como nenes malcriados para decidir con cuál de las tarjetas Banelco íbamos a prepararnos las líneas de merca que durante la noche desfilaron; toda esta chiquilinada se mantuvo hasta que escuchamos el ruido de la puerta de calle que se abría, los sonidos de esos pasos que siempre aparecían después de la 1 de la mañana, el ruido de los borcegos, y el tintinear de un copioso manojo de llaves. La verdad es que siempre me llamó la atención y crucé alguna que otra palabra en diferentes momentos y horarios de la semana; sabía que vivía en el sexto piso, que se llamaba Estela, que en algunos horarios nocturnos en donde la horda de sonidos urbanos hace su descenso y el más mínimo aletear de mosca se percibe, ella enciende su equipo de música a bajo volumen y se oye temas de Metallica, Riff, Black Sabbath, Slayer y Motley Crue. Y si escucha Slayer, pensé siempre, algo de mí puedo encontrar en ella. No sólo porque yo amo Slayer, sinó porque también advierto una posible filosofía de su forma de vivir con el modo en como lo hago yo. Eso es espléndido, me dije.


Así entonces me puse a investigar. Usurpar, como hago yo. Estela es una mujer que tendrá unos setenta y tantos años, una estatura baja, delgada, piel arrugada por los años, pero con una imagen que le otorga su vestimenta de cuero negro al mejor estilo de rudo motoquero, que junto a sus borcegos y los mitones consigue una integración osada entre dominatrix, abuela de geriátrico y vocalista de una banda heavy. Faltaba algo más por saber. Y recuerdo que lo pude confirmar de la forma más fácil en como uno puede conocer a sus vecinos de edificio, donde nada se esconde y las inferencias siempre son tan certeras que la realidad luego está al alcance de la mano. Durante semanas me avoqué a husmear entre la correspondencia de los inquilinos. Días que me pasé abriendo cartas, sobres, telegramas, cualquier cosa que me sirviera como dato para certificar lo que mi puta osadía me decía.


Hasta que por fin dí un día con una carta del banco. Sabía que vivía sola y que cualquier cosa que le llegara quedaría en el buzón o en la entrada principal. No había peligro de que me vieran ya que la pocilga de edificio en la que vivo no tiene portero (por suerte, ya que los odio) y cada uno se hacía cargo de su correspondencia. Pude entonces llevarme la carta a mi departamento e investigar el resumen de cuenta de su tarjeta de crédito. Sabía que la mina gastaba en pilchas, en música, en gorras de cuero, en muñequeras, aparentaba un buen poder adquisitivo, y mas aun con la posibilidad de ahorrar viviendo en un hospicio de mierda como el nuestro donde sólo se limpia una vez por semana, si es que el barro, la mierda y el vómito de los borrachos no nos tapa antes de los siete días. Pero ella se notaba satisfecha. Parecía sentirse a gusto. Como yo. Que aun así que vivo en medio de esta mierda me identifico a veces con ella, donde sé que nadie me dice nada, y en donde hasta puedo llegara a ser mejor persona que otra. Acá todos se miden por quién es menos sorete y esa es la verdad.


El resumen de cuenta permitió que exclamara "eureka!". Había detalle de compras en Club Alondra. Y yo conozco Club Alondra como un buen sex shop en donde se puede comprar una buena línea de accesorios leather. Qué hija de puta es, dije sonriendo, y qué hija de puta soy, para pensar en lo que estaba pensando hacer.



Tenía ganas de estar con ella, y Shuno me ayudó a concretar eso. Supongo que el martes de tanta merca que tenía encima no tuve problemas en acercarme a ella como si nada apenas escuché sus pasos en el hall de entrada del edificio, y la detuve antes de que pudiera siquiera poner un pie en la escalera. Yo creo que era el cuero, su ropa, todo eso me encendió como una brasa avivada por el viento. Ni siquiera atisbó a encaminarse hacia arriba. Simplemente, hipnóticamente, me siguió a mi departamento. Y yo, como una especie de flautista de Hamelin guiando a un ratón que mostraba unos ojos desviados por la lujuria, articulé palabras para configurar un diálogo que sirvió de preludio para una noche que creo, ella también estaba preparada. Estaba esperándome y lo sabía. Pero como soy una idiota y sólo funciono con merca aun no le había dado la posibilidad a esta anciana mujer de la que me enamoré una vez que concreté mi delirio.


Consumimos toda la noche. Para suerte nuestra, también hizo su aporte. Por supuesto que le dí la bienvenida con "Seasons in the abyss", uno de mis discos favoritos de Slayer. La verdad que me sorprendió. Cuando pude ver la musculosa que tenía debajo de su campera de cuero apenas podía verse sus desgastados senos. Su piel y boca arrugadas. Era una anciana motoquera, no había duda. Pero quería hacerle algo. Sentía algo por ella que iba más allá. Un desborde de sensaciones. Mientras seguíamos consumiendo los tres tirados en el sofá, empecé a tocarle aquel pecho desprovisto de proporciones, y mi tacto confirmó la delicadez de esa piel replegada y vieja que tenía en todo su cuerpo. Yo me quedé sin corpiño y lo mismo hice con ella, quitándoselo animadamente. Sentía por su respiración poco regulada que la última vez que podía haber tenido una oportunidad así fue hace mucho tiempo, y ahora lo estaba disfrutando. Comenzamos a besarnos y enseguida perdió su mano en mi concha e hizo que me provocara un respingo cálido de placer. Para ese entonces Shuno, que estaba sentado del otro extremo, sacó la verga, agarró bruscamente los cabellos de Estela y la tiró como una muñeca hacia su lado, llevando el hueco de su boca a su erección y obligándola a chupar. Habrá dado un par de arcadas, no lo recuerdo, pero permaneció quieta ante el grosor del Shuno que parecía petrificada e imposibilitada de desprenderse de ahí.


Yo me encargué de quitarle la ropa, de ver todo su cuerpo añoso, y de encontrar, no sin asombro, un enorme tatuaje en el brazo izquierdo, y un piercing en el ombligo. Era una vieja perra con todas las letras, tal como me lo había imaginado.


Nos drogamos desenfrenadamente. A tal punto que empecé a hacer cualquier cosa que mi mente en ese momento empezara a dictarme. Abusamos de Estela como mejor pudimos hacerlo, e hicimos de su cuerpo lo que se nos dio la gana. Después de mis mordidas en su sexo arrugado y de reiteradas ocasiones en que Shuno exploraba su zona anal, opté por rasurarle todo el vello púbico con una máquina de afeitar. Lo mejor vino entonces. Aumenté el volúmen y "Seasons in the Abyss" nos sirvió para tapar los gemidos y aullidos. Atamos sus manos y la colgamos del grifo largo de la ducha. Y apenas pude ver que ese dolor que sentía participaba como un goce diabólico en sus venas, destapé mi loción de alcohol y expulsé varias gotas del mismo sobre las heridas cortantes de la hoja de afeitar que habían arrancado pedazos de carne en la zona de su pubis.
Al día siguiente llamé a mi madre y le dije que la quería.


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