domingo, 19 de diciembre de 2010

La construcción del cuerpo erógeno

Juan Manuel





El cuerpo humano nace en su origen como un cuerpo biológico, exclusivamente como organismo, constituído y lanzado al mundo con un desamparo absoluto, al punto que esta situación de urgencia requiere de la presencia de otro ser humano para poder sobrevivir.
Tal es la importancia de esa presencia que sin ella jamás podríamos sostenernos en la vida. El humano, como organismo, se encuentra ajeno al mundo, imposibilitado de valerse por sí mismo, y es así como la presencia de un Sujeto de cultura permitirá el acceso a la misma a partir del cuidado, de la crianza, de otorgar las primeras palabras, de dar sentido a los gritos y llantos de un recién nacido, ese temprano estado del ser humano sin la capacidad de articular palabra para la comunicación. La fundamental presencia que posee un ser humano adulto es lo que paulatinamente permitirá que dicho organismo se constituya también en un ser social, en un ser de la cultura.

Ser social que nace con la violencia del lenguaje, del habla, aquello por lo cual a partir de entonces la realidad se irá construyendo a partir de palabras. Lo que se nombra, lo que se designa.
Todo aquello que se nombra, que se clasifica, que se categoriza, inmerso todo en el entramado simbólico que constituye al Sujeto.

El cuerpo, como objeto, tampoco está ajeno a esa violencia de lenguaje. Ese cuerpo que al principio como organismo había irrumpido en la realidad del nacimiento. Y a partir de su entrada en ese registro de lenguaje se constituirá como aquel cuerpo de palabras, aquel mismo que se inscribe en lo simbólico, y por ende, constituyéndose así el nacimiento de un nuevo cuerpo.
El cuerpo erotizado, el cuerpo erógeno, el cuerpo simbólico, se diferencia así con el cuerpo real, el cuerpo natural-biológico. No es extraño que las patologías mentales, la enorme mayoría de ellas producto de la cultura, manifiesten crudamente que todo humano lleva a cuestas un cuerpo psíquico que, muchas veces, no corresponde ni está en consonancia con el cuerpo real, que el hecho mismo de nacer y llegar al mundo no sólo construye un nuevo cuerpo (simbólico) sino que aquello natural como cuerpo orgánico queda despedazo, fragmentado, frente a la experiencia de nacer en este mundo, producto de algo que nos precede y que impacta en la vida como una inadvertida trampa.
Una experiencia casi psicótica de una anorexia lo detalla. Donde el cuerpo real expone en un físico escuálido y consumido la inanición, el cuerpo psíquico exclama: “estoy gordo”. Las esquizofrenias brillan con ejemplos contundentes, humanos que sienten que sus cuerpos cambian de forma, las “tripas” que cambian de lugar, los ojos que salen, “los demonios que pellizcan”, narices que se quedan en  almohadas después de levantarse, “los dedos se derriten” etc.
El cuerpo humano no es más que un ensamblaje, un rompecabezas que en el mejor de los casos se armará según el “talento” del adulto que a uno le toca en suerte, y que éste, con paciencia y habilidad, distribuya las piezas de manera correcta.

D.WORMBOY - Daniel Torres Storni Fotografía