viernes, 21 de septiembre de 2007

El germen del mal (por Paulino)


Volví hoy de mi trabajo y por primera vez me sentí exhausto. Eso solía ocurrirme en las épocas en que todavía era estudiante de enfermería, y mis talentos artísticos aun estaban dormidos. No significaba que no existían, sino que los estímulos a los que había estado expuesto hasta entonces sólo habían florecido en circunstancias extremas, como creo, suele ocurrir con aquellos que nos sentimos verdaderos artistas. Soy asesino, y como tal, mis virtudes han germinado apenas tuve la oportunidad de manifestarlas con aquella primera vez, irrepetible, única, tan inigualable como son las primeras veces de las cosas que nos dispensan placer. Cuando mis manos sintieron el orgasmo de la sangre ajena, seca, decorándolas, desde ese día la idea de que me transformaría en un brillante escultor de la muerte se constituyó como la regla de oro para alimentar mi talento... desde entonces la regla ha signado mi vida como un feroz animal despiadado....
He disfrutado de cada momento. Las vicisitudes me forzaron a dejar los estudios, pero benditas ellas que me condujeron al camino certero. Estas muestras del destino me certificaron lo mucho que guardo de mi padre cultural, también artista, payaso de circo, olvidado quizás por su horrible enfermedad y sus noches embriagadas que de pronto se convirtieron en el motivo de mi gradual abandono.
Aquel papel, que en la naturaleza se había encomendado a dos seres que me trajeron de manera irresponsable al mundo (como a todo humano), fue encomendado por la providencia a este hombre con el que conviví durante años en un desvencijado hogar lejos del mundo y del contacto con los “forasteros”, término que él utilizaba para designar a todos aquellos que no conformaban su círculo de “gente aceptable”, en los que incluía además al público que apreciaba sus presentaciones en las buenas épocas del circo para el que trabajaba, hasta el día en que cometió el estúpido error que lo sepultó...






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